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viernes, 29 de agosto de 2014

¿HAY BIBLIOTECAS SIN BIBLIOTECARIOS?









Con anterioridad he escrito que nuestra formación profesional parece estar diseñada para atarnos a una institución: La biblioteca. No obstante, hace unas horas estuve en una reunión en la Asociación Mexicana de Bibliotecarios y fue sorprendente la respuesta negativa que recibí de parte de mis colegas cuando afirmé que no hay bibliotecas sin bibliotecarios, o sea, que la biblioteca la hace el bibliotecario, y que si no hay bibliotecario entonces tenemos una colección de recursos, pero no una biblioteca.

En estos momentos, y luego de que han pasado algunas horas que me han permitido reflexionar sobre lo ocurrido, me doy cuenta de que mi estupor por la vehemencia con que mis colegas se manifestaron contra mis aseveraciones -sin permitirme continuar tratando este asunto- se debe a que se ha cosificado al bibliotecario. La impresión es parecida a la que me causó descubrir la imposibilidad de los bibliotecarios para definir la biblioteca, lo cual ocurrió durante una reunión que tuvimos hace unos años en San Luis Potosí para revisar la situación de la normativa biliotecaria en México.
Por este motivo, me parece muy pertinente problematizar este asunto y pensar un poco sobre la posibilidad de que haya bibliotecas sin bibliotecarios. Para ello, debemos preguntarnos quién es el bibliotecario y qué lo caracteriza como bibliotecario.

Al respecto, la historia nos muestra que mucho antes de que hubiera estudios profesionales para formar bibliotecarios se gestó en algunos pueblos la práctica de acumular soportes con información en sitios determinados, como un rasgo cultural diferenciador de esas sociedades y sobre todo de determinadas personas que ostentaban cierto poder. En este sentido, y como resultado de ese desarrollo cultural, llegaron a conformarse las bibliotecas, que vinieron a ser los repositorios de diversos objetos que se conjuntaban para adquirir una ventaja competitiva, esto es, que conferían determinado estatus y poder a sus poseedores, no por la sapiencia de los mismos, sino por el conocimiento que podían tener y recuperar, directa o indirectamente, para su propio beneficio.

La organización y administración de esos acervos antiguos generalmente se asignó a los estudiosos, quienes establecidos como bibliotecarios debieron ser capaces de atender sus responsabilidades, de responder a las consultas que les hacían sus patrones -los legítimos dueños de esas bibliotecas- y de asesorarlos. Esos bibliotecarios sabían muy bien que la reunión de los documentos podía aportar nuevos conocimientos, y por ello siempre estaban buscando adquirir otros materiales para incrementar sus colecciones, además de que impulsaron la realización de varios productos bibliotecarios para estar en posibilidad de brindar sus servicios y de eficientar el uso del acervo.
Con la proliferación y diversificación de las bibliotecas institucionales -varias de ellas más tarde destinadas a servir para la educación de las masas trabajadoras- los gobiernos nacionales buscaron ampliar de manera controlada la capacidad productiva y la calidad en sus economías. De este modo, se conformó una estratificación de las bibliotecas correspondiente a las jerarquías sociales establecidas:
  • Las bibliotecas públicas para las masas.
  • Las bibliotecas escolares para formar la masa trabajadora (en la escuela pública) y los cuadros sucesores de las élites (en la educación privada).
  • Las bibliotecas universitarias públicas para formar los cuadros profesionales con una marcada ideología de movilidad social, siempre queriendo imitar a las élites para no traicionarlas nunca, así como para sostener y continuar su legado.
  • Las bibliotecas universitarias privadas para continuar formando los cuadros sucesores de las élites.
  • Las bibliotecas especializadas, instaladas en los núcleos del desarrollo económico y por lo mismo dedicadas a servir a las élites de la economía.
  • La biblioteca nacional, destinada en un inicio a imitar el modelo francés en un intento de adquirir alta cultura y prestigio por simulación, pero que con el tiempo se ha convertido en un señalado anacronismo. En casi todos los países, la intelectualidad orgánica -en su ramal humanística- tiene presa esta biblioteca para justificar su razón de ser académica y porque ha descubierto el poder que encierra su acervo al investirlo como patrimonio de la nación.
Algunos ilusos piensan que los bibliotecarios son los que egresan de las escuelas de biblioteconomía. Otros, creen que los bibliotecarios son los que acuden a los congresos de bibliotecarios; o sea, si van a esos congresos es porque lo son, ¿no?

Unos más, saben que los bibliotecarios dedican varias horas de cada día hábil a estar en las bibliotecas, aunque no saben bien qué hacen. Aventuremos entonces que el bibliotecario es ese sujeto que está en la biblioteca y que puede sólo estar vigilando, o haciendo faenas de organización o cuidado del acervo, o brindando servicios a los usuarios.

Procedamos ahora en negativo y sustraigamos al bibliotecario de la biblioteca. ¿Qué queda? Va a continuación un escenario hipotético y no demasiado trágico.

Las autoridades deciden que ya no necesitan que haya un bibliotecario en su biblioteca.
El personal que hace el aseo abre la biblioteca cada día por órdenes de las autoridades, quienes mandan que vigilen la biblioteca. Sin embargo, este personal se niega a hacerlo porque esas son funciones del bibliotecario.
Los usuarios comienzan a llegar y preguntan por el bibliotecario, a lo que les responden que ya no habrá nadie para atenderlos y que la biblioteca será de autoservicio. Cuestionan cómo sacarán los libros en préstamo a domicilio, por lo que les presentan una máquina de autopréstamo. Asimismo, les informan que todos los libros tienen el sistema RFID, por lo que si alguien se llevara un libro sin registrarlo en el autopréstamo las autoridades se darían cuenta y lo sancionarían.

A los dos días, hay tal cantidad de libros acumulados en las mesas y el mostrador, además de una revoltura en los estantes, que las autoridades deciden enviar a algunas secretarias para acomodarlos en los libreros. Sin embargo, ellas se quejan y detienen el trabajo, pues no entienden la clasificación.

Las autoridades deciden hablar con su proveedor de los equipos y proponerle que les ayude a que su biblioteca funcione sin un bibliotecario. El proveedor hace un plan en el que cancela el uso del sistema de clasificación e instala un sistema automatizado desde el catálogo electrónico, donde al elegir el registro de un libro se activa una pistola de búsqueda tipo GPS que conduce al usuario al libro que busca.

Varios usuarios se quejan con las autoridades porque ya no hay nadie que les ayude con las búsquedas en bases de datos, para la elaboración de bibliografias, con la recuperación de los documentos y en el servicio de referencia y orientación. Las autoridades deciden que esos problemas se deben a la falta de un programa de alfabetización informacional efectiva, por lo que emprenden una reforma institucional e incorporan cursos en los diversos temas que deben dominar los sujetos para ser autosuficientes en la biblioteca.

Se compran más computadoras para el recinto y se amplía el acceso a la red. Para ello, se decide liberar espacio a través de un descarte de la colección de referencia y de la hemeroteca, pues según las autoridades únicamente son colecciones caras, voluminosas e inútiles, ya que todo lo que contienen debe estar en la Internet.

Los libros continúan acumulándose en las mesas, el mostrador y el piso, los estantes están semivacíos, pero no importa, pues se les puede encontrar con el sistema que instaló el proveedor. El mobiliario y el equipo muestran huellas de vandalismo, por lo que se decide instalar cámaras de seguridad y se estipulan sanciones para los infractores en el reglamento. Los usuarios aprenden a identificar los puntos ciegos del sistema de seguridad y siguen los actos ilícitos en la biblioteca.

Seis meses después, la biblioteca da muestras de gran deterioro y abandono. Los usuarios ya no van. Aunque se ha cuidado que los libros no se queden en las mesas, y menos aún en el piso, exhiben claras muestras de mutilación y abuso, manchas de alimentos, quemaduras de cigarro y otros daños. Desde tres meses antes, los usuarios se quejaban de que los libros que buscaban ya no se hallaban en la biblioteca, que nunca encontraban nada, que nadie estaba para ayudarlos, y que la biblioteca era un desastre.

Las autoridades descubrieron que había ocurrido un saqueo de un número indeterminado de libros, por lo que mandaron hacer un inventario que corroboró el delito y aportó una alarmante cantidad de pérdidas. Entonces, decidieron deshacerse de la biblioteca y utilizar su espacio para poner una sala de Internet con un responsable al frente. Su perfil debía ser de bibliotecario para asegurar el éxito en las búsquedas que hicieran los usuarios y para darles clases de alfabetización informacional.

Aunque pensemos que este relato es improbable que ocurra en la vida real, seguramente estaremos de acuerdo en que la realidad muchas veces supera la ficción. Empero, la duda permanece y por tal motivo le daremos cabida a este problema: El que los propios bibliotecarios crean que puede haber bibliotecas sin bibliotecarios. Es un problema tan espinoso que seguramente lo volveré a tratar más adelante.